Me acuerdo de él y de todas esas
miradas de reojo, de esos ojos que dependiendo el tiempo cambiaban de color. Y
no sólo de color… a veces los veía tristes, otros fantásticos, otros rebosaban
de alegría, pero siempre me lastimaba. Me lastimaba verlo así por culpa de
alguien que supongo que no lo merecía, ella no era digna de sus sonrisas
fugaces que pasaban por esos ojos cambiantes cuando él escuchaba su nombre. No
era digna, pero sí culpable de que esa mirada no tuviera el suficiente brillo
como para iluminar mi alma a sabiendas de que él no sentía nada por mí. Pero yo
no perdía la esperanza de que algún día me quisiera como la quiere a ella… ese
amor ciego que sentía por una persona no digna de él. Él y sus ojos. Sus ojos y
él. Él y su humor, cambiante, aunque siempre persistía esa sinceridad que a
pesar de ser dolorosa a veces, te ayudaba a sacar esa tela negra que había
entre el espejo y la visión con la cual, ya despejada, podías ver todo lo que
había en tu interior y tu alrededor, también. Ese
alrededor gracias al cual reís viendo a toda esa gente diferente a vos y
gracias al cual liberás todo el dolor que sentís por dentro, con esa carcajada
tan inaudible para algunos pero tan hermosa para otros que en silencio sienten
lo mismo por tus ojos. Ojos hermosos, infinitos, inalcanzables, transparentes.
Ojos que enamoran callados, libres, sin aparentar nada más que la realidad.
Realidad de la que uno escapa pensando que es mejor si uno lo hace soltando
todo ese dolor que se deposita en la mirada de otra persona que,
inteligentemente, lo transforma en un amor pasional e incondicional. Amor que
después es destrozado gracias a otra persona que, inocente, no sabe el dolor o
el placer que puede causar con una mirada que trata de acallar, retándola a un
duelo de más dolor o sanación. Sanación que sale ganando y aliviando a muchas
otras miradas que agradecen sin pensar que gracias a unos ojos todo ese dolor
trascendental pudo ser destruido. Gracias a una mirada que pudo hallar la forma
de desechar todo ese mal que le causaba esa lucha de amor. Amor que después
pudo ser curado pero también, conscientemente, recordando las heridas que le
causaron para después no volver a filtrarse en ese dolor.
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